martes, 21 de diciembre de 2010

«The maestro beats in your song» (Des grâces, Duffy).

Sí y No. Tal vez no existe. Antes y ahora. Después no existe. Claro, cuando regreso, retorno, miro hacia atrás y te rescato de las sombras enterradas, te saco a flote: me torturo. Solo me bastó una palabra, retorcida, maquiavélica, atroz, simple: «antes». Y pensé que lo hiciste con pretensión a todas luces. Tomé la decisión de decirte adiós, de decirte que no quería volver a verte, que tus ojos cínicos y parduzcos me daban asco (no, todo eso no lo dije, fui cobarde... prudente jamás, no soy yo).


Por qué lo hice, son demasiadas las razones. Tú conoces las frívolas: que estabas amando a alguien más. Sin embargo, querías retenerme, y de esa forma dibujabas una silueta enfermiza, una tenue figura oscura dentro de mis sesos: me resultabas desgraciada. «Tú, tú eres lo máximo...», y sin ninguna objeción yo rendía mis fuerzas frente a ti, caía en esas 5 palabras, me dejaba retorcer por lo cariñosas y atenuantes que me resultaban.

Las otras razones, bueno, fue solo una y quisiera ser sintético con esto (ese fue el único momento que pude mezclarte con ella, y el resultado fue aberrante): mi vida se escapaba por el ventanal, mi verdadera vida, ella... tú no merecías mi tiempo. Por eso decidí cerrar el pórtico, lacerarme las costillas, abrazarme y llorar... sí, llorar.

Pasó el tiempo... y nuestras avenidas paralelas (sí, como la repulsiva metáfora de Sábato) encontraron sus ventanas. Tú saliste corriendo, quisiste llorar; no te lo permití. Te tomé del brazo, me ofrecí como blanco perfecto, «insúltame, o dime todo lo que necesites decirme». Pero tú no cambias, ni siquiera pergeñas misericordia en tus pupilas: te resignaste a contestarme interjecciones, las putas interjecciones que tanto odiaba de ti (ajá, ya: detestables). Bueno, al menos con «Fuiste un imbécil... los dos fuimos imbéciles» me diste el gusto: te vengaste.

Seré masoquista una vez más: desperdigábamos grafías por teléfono, o por cualquier otro medio que satisficiera nuestra empedernida obsesión por ser escritores (tú, gloriosa; yo, mediocre). «Se casarán por mensaje de texto», frase de un imbécil... no tiene caso ni mencionar su nombre. Ahora, que retomábamos la amistad (?), me resultaba tediosamente imposible no cruzar la línea... no esperanzarme nuevamente, no considerar un tal vez, un después. Cada uno de los pensamientos amorosos intentando escapar por mis labios, por mis dedos, me sabían a bebedizo, los sentía retorcidamente punzantes.

Y escuchando la melopeya que inspira este desparramar de palabras incoherentes, no puedo verte vestida sino como the musician. Pentagramas de dolor destinados inconscientemente a encadenarme, atenazarme, revolverme, despellejarme y desmigajarme. Y recordarte solo hace esto peor.

«And the less you give, the more I want so foolishly».

Eso era antes, porque con esto, te aborto: adiós. (Sigues existiendo, eso no tiene remedio... sigo no existiendo, eso tampoco tiene remedio... gracias).

(Ella me ayudó con esto: Des grâces, Duffy).

Expectativas (temor, sexo, amor... muy cursi).

Después de tantas zambullidas erráticas, creo que al fin he podido formular una inferencia acertada (pero nada agradable).


Luego de sumergirme en tu orillas desnudas, luego de quemar las yemas de mis dedos al rozar tu piel tersa e incinerante, luego de darme el gusto de escucharte jadear cada una de las grafías que me designan; solo hoy pude entender el peligro de mi reiterada práctica.

00/00/00
Fue difícil no perderme en el laberinto azulenco en el que tanto te busqué. Pericias inútiles: tu palacio se alojaba detrás del laberinto bermejo. Tus huesos se marcaban de forma exagerada con tu escasa cantidad de piel, y me resultó inevitable —lo sabes— no dejar de repetirte : «En serio, estás muy flaca». Lo bueno es que mi esperpéntica y burlesca figura no te desagradaba, o por lo menos tuviste el tino de no mencionar tu disgusto.

Pero seamos sinceros, supe suplir mis defectos superficiales con la "fuerza indómita" que tú misma me adjudicaste. Y no quiero alardear... solo quiero dejar en claro que no me resultó complicado rendirme a tus ondulaciones peligrosas, de desaforar toda mi energía, de entregarme a la carrera por el frenesí.

Sin embargo, eres muy perfecta, demasiado. Y —te lo juro— eres la que mejor besa, hasta el momento. Es singularmente delicioso porder extraviar mis labios dentro de los tuyos, poder juguetear entre mordisco y mordisco, poder sentir la viscosidad fragante de tu lengua abrazándose a la mía. Sentir que nuestros corazones crepitaban con cada chocar accidental de tus dientes contra los míos era irónicamente divertido (de paso que terminábamos riéndonos después de cada arrumaco).

Ahora —y es lo que tanto me aterra—, temo que no se vuelva a repetir, temo que te transformes en otro recuerdo más, que te conviertas (o mejor dicho, que te fundas) en una epifanía exquisita, en la memoria de otro buen sueño.

Es por ello que llego a esta penosa conclusión: El único infortunio posible del sexo al paso... es que te llegues a enamorar.

Triste, ¿verdad? Espero que contigo...

domingo, 19 de diciembre de 2010

Horas fantásticas, horas eclépticas.

¡Aléjame!


Eso debería gritarte, pero no puedo... no quiero. Y tú no colaboras, tal vez porque no caes en la cuenta de que detrás de tus pupilas, escondes dos pedazos de magneto. Que siempre fuiste la criatura de mi nomenclatura predestinada, que eres el ser ancestral, parsiomonioso, hérmetico, el ser curioso: "Gc"

Las últimas horas vividas han sido quiméricas, y me permiten declararme como el artífice de magia más talentoso. He logrado juntarlas a ustedes en un presente eterno, en un vapor espectral , en una sustancia etérea; ustedes que son mi pasado y mi futuro.

De ti, pretérita, ¿qué puedo decir?.. Cada vez me inspiras más misericordia, me haces pensar que con cada apretón de labios te robo un retazo de vida (pues yo me siento cada vez más vigoroso). Por ejemplo, hoy fue la espera sin final, eterna, la de siempre. Permanecí estancado en la esquina rústica, congelando mis cuerdas vocales, aguardando silente. Saboreando aquella melodía, mi favorita (la de la musa muerta en vida), para amortiguar la impaciencia, para meyar las dimensiones gigantescas de los granitos de arena, que detenían —lacerándome— el transcurso del gran reloj.

Pero por primera vez, maniobré un acto de cariño por mí: dejé de esperarte.

Y corri hacia tus brazos, acurrucándome en tu regazo, mi futura, mi fiel predestinada. Porque a pesar del gran oncenio, yo sigo hipnotizado, adorando la simetría de tus poros, jugando con tus dedos estrechados a los míos. Abrazando tu piel a la mía, sintiéndote estremecer bajo mis caricias. Porque estoy "embobado"; y te cito para poder incluirte como parte de la creación de este triste remedo de producción literaria, y así inmortalizarte (si es que lo logro). Pues todo ello te mereces, porque me fascina tu falta de gracilidad, tu torpeza inhumana, tu mente de 359° (y temo no dominar jamás el grado restante).

Es tan sencillo perderse en tus ojos acaramelados ... ¿O acaso achocolatados? Creo que no encontraré el color afortunado —no en esta tierra— para referirme a tu mirada enjaulante, caleidoscópica, que me enloquece, que ahoga mis arterias con ácido puro, que me retuerce de felicidad sádica.

Ahora, solo te tengo una pregunta: "¿Por qué eres tan ingenuamente sensual?".


En la punta de mi lacrimal, encontré tus flores secas.


Creo que debo dejar de intentar con el cuadriculado verso: démosle una nueva oportunidad a mi prosa. En fin, lo que necesito espetar ahora es que tengo una nueva adicción; o tal vez, recién hoy caigo en la cuenta de que la tenía. Soy adicto a llorar. Pero la vergüenza se ha vuelto un buen remedio. Jamás me verán llorar (no soy tan idiota como para mostrarles que la barrera que me secunda es cristalina: es frágil). Así que, supongo que seguiré ofreciendo los carcomidos huesos de mis omoplatos al mundo; seguiré de espaldas, mirando el interior de la canastilla negra. Ovillándome en aquel sofá con cubierta rojiza... bañándome por las sombras, aprovechándome de su refugio. Porque con los ojos empapados, casi cerrados, irritados y a oscuras... es más sencillo construir ilusiones sobre ti... Puedo volver a verte con el vestido negro, floreado, tus lentes color sepia, y tu diario en mano... "dicen que leer todos los días es bueno", solo ahora te entiendo.



Y hablando de flores... supongo que te encuentras más las hermosas en tu nuevo patio seráfico, ¿no es verdad?



Disfrútalas. Te quiero.