Después de tantas zambullidas erráticas, creo que al fin he podido formular una inferencia acertada (pero nada agradable).
Luego de sumergirme en tu orillas desnudas, luego de quemar las yemas de mis dedos al rozar tu piel tersa e incinerante, luego de darme el gusto de escucharte jadear cada una de las grafías que me designan; solo hoy pude entender el peligro de mi reiterada práctica.
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Fue difícil no perderme en el laberinto azulenco en el que tanto te busqué. Pericias inútiles: tu palacio se alojaba detrás del laberinto bermejo. Tus huesos se marcaban de forma exagerada con tu escasa cantidad de piel, y me resultó inevitable —lo sabes— no dejar de repetirte : «En serio, estás muy flaca». Lo bueno es que mi esperpéntica y burlesca figura no te desagradaba, o por lo menos tuviste el tino de no mencionar tu disgusto.
Pero seamos sinceros, supe suplir mis defectos superficiales con la "fuerza indómita" que tú misma me adjudicaste. Y no quiero alardear... solo quiero dejar en claro que no me resultó complicado rendirme a tus ondulaciones peligrosas, de desaforar toda mi energía, de entregarme a la carrera por el frenesí.
Sin embargo, eres muy perfecta, demasiado. Y —te lo juro— eres la que mejor besa, hasta el momento. Es singularmente delicioso porder extraviar mis labios dentro de los tuyos, poder juguetear entre mordisco y mordisco, poder sentir la viscosidad fragante de tu lengua abrazándose a la mía. Sentir que nuestros corazones crepitaban con cada chocar accidental de tus dientes contra los míos era irónicamente divertido (de paso que terminábamos riéndonos después de cada arrumaco).
Ahora —y es lo que tanto me aterra—, temo que no se vuelva a repetir, temo que te transformes en otro recuerdo más, que te conviertas (o mejor dicho, que te fundas) en una epifanía exquisita, en la memoria de otro buen sueño.
Es por ello que llego a esta penosa conclusión: El único infortunio posible del sexo al paso... es que te llegues a enamorar.
Triste, ¿verdad? Espero que contigo...
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